A mi me nacieron.
Mi madre no quiso enfrentarse al dolor. Bastante había sufrido y bastante había de sufrir. 
Mi madre no quiso enfrentarse al dolor. Ya le dolía bastante la vida.
Así que aterrada por las primeras contracciones gritó al obstetra que ella no colaboraría en las labores del parto. Había roto aguas y era la primera vez que la veía un médico.

En 1976, en mi ciudad, la epidural no se practicaba aún de forma habitual y la mayor parte de las mujeres se enfrentaban a los dolores del parto con un curso sobre cómo jadear llegado el momento. La anestesia general se usaba sólo en casos de  emergencia, pero mi madre no quiso enfrentarse al dolor y no iba a colaborar en el parto. En la clínica, miraron a mi padre con condescendencia y le presupuestaron la falta de valentía de su mujer.

Una vez inconsciente, una matrona se colocó sobre ella y comenzó a presionar su vientre desde fuera, para que yo encontrase el camino, a empujones, a la fuerza. A mi me nacieron. Cuando mi madre despertó de la anestesia nos presentaron y ella pidió que me devolviesen. Ella quería un varón.

Recuerdo cómo me enseñaron de niña la factura de mi nacimiento. Mi padre tuvo que vender su Honda CB125S por 25.000 pesetas para pagarlo.

Mi madre no quiso enfrentarse al dolor. Ya le dolía bastante la vida.

Cuando yo me quedé embarazada, a mi me dijo un médico que respirando bien, podría soportarlo. Que las mujeres de antes lo hacían, así, de forma natural, que las mujeres de antes lo hacían varias veces en su vida. 

Cuando yo me quedé embarazada, a mi me dijo un médico que el dolor era similar al de amputarse un dedo. Pero él mantenía los suyos intactos y no tenía una vagina que acabaría desgarrándose.

Mi madre no quiso enfrentarse al dolor. Ya le dolía bastante la vida.

Cuando me puse de parto, sentí por primera vez aquel dolor. Sentí como todo mi vientre se endurecía.  Sentí todo mi cuerpo en tensión. Sentí el impulso de no respirar porque hasta eso me dolía. Sentí que tenía ganas de hacer caca y muchísimo miedo de hacerla. Sentí como que me partía en dos. Sentí algo parecido al fuego y al hielo que me cruzaba el cuerpo desde el esternón a las rodillas. Sentí una daga de metal que me atravesaba. Sentí un dolor enorme por no querer sentir aquel dolor infinito. Y entonces llegó una matrona y me dijo que no sabía respirar y me avisó de que si no me ponía la epidural en aquel momento, ya no podría ponérmela después y que el dolor iba a ser inmenso y que yo, no sabía respirar.

Y sentí miedo y vergüenza por no ser capaz,  y como mi madre, no quise enfrentarme al dolor. Bastante había sufrido y bastante había de sufrir. No quise enfrentarme al dolor. Ya me dolía bastante la vida.
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