Si hubiese sido más joven, más flaca, más guapa. Si hubiese sido más alta o más rubia, alguien la habría visto, alguien se habría fijado en ella. Pero no era nada de eso. Rondaba los cincuenta, tiraba un poco a ancha, no le acompañaba la belleza y era morena, con canas… Era transparente. Nadie la miraba.
Por eso caminó tranquila detrás de él mientras buscaba camisetas. Observando su cuerpo, dándose el gusto. No la veía nadie en la tienda mientras repasaba de abajo a arriba sus piernas y se detenía en el culo. No la veía nadie en la tienda mientras miraba su espalda y su nuca. No la vió nadie tampoco cuando le siguió al pasillo de los probadores acompañándolo en la distancia. Nadie la vió mientras le observaba por el hueco que deja sin cubrir la cortina del probador y veía como se la probaba una camiseta. Esperó paciente a que él saliese. Él tampoco la vió. Pasó a su lado sin rozarla pero ella pudo oler su perfume. Vió como dejaba la camiseta en el mostrador y se alejaba. Y a nadie le extrañó, que una mujer de casi cincuenta, más gorda que flaca, un poco fea y con canas cogiese aquella camiseta de hombre, porque a fin de cuentas ella era transparente. Nadie la miraba.
Por eso caminó tranquila a los probadores, atesorando aquella camiseta y se metió en uno. Allí dentro tampoco la vería nadie. Arrimó la prenda a su cara e incrustó la nariz para aspirar cualquier resto de su perfume, cualquier resto de su sudor, cualquier resto suyo. Y durante un tiempo se mantuvo así, olisqueando. Luego colocó con delicadeza la camiseta en una percha y comenzó a desnudarse. Tranquila, sin prisa, casi de forma ceremoniosa. Se quitó los zapatos y las medias, se desabrochó la falda, se quitó la camisa, se liberó del sujetador y se bajó las bragas. Sin mirarse al espejo, desnuda, cogió de nuevo la camiseta y la pasó por su vientre, acariciándose. Luego por su pecho, por su cuello, hacia su cara. Y volvió a respirarle en ella. Imaginó que él volvía a la tienda, que caminaba hacia los probadores y que entraba por el pasillo. Imaginó que la miraba por el hueco que deja sin cubrir la cortina del probador. Imaginó que la miraba. Imaginó que la veía y comenzó a masturbarse, recreándose en su fantasía. En que la miraba. En que la veía por la estrecha franja sin tela que no cubre la cortina del probador. La miraba desde el pasillo. La veía entre las cortinas. La miraba. La veía. La veía…
Cuando terminó tiró sin demasiado cuidado la camiseta al suelo. Se puso las bragas y las medias, se ajustó el sujetador, se abotonó la camisa y se colocó la falda. Se ató los cordones de los zapatos y se fue de allí dejando la camiseta tirada en el suelo. Nadie le iba a llamar la atención por no dejarla colocada, por dejarla allí, sin cuidado, porque a fin de cuentas ella era transparente. Nadie la miraba.
Por eso caminó tranquila hasta salir de la tienda y se dirigió al bar donde la esperaba su marido.
-¿Qué tal? ¿Has visto algo?
-No, no había nada…